«Cabalgar por Doñana es la simbiosis perfecta entre el hombre y la naturaleza, es la armonía entre el silencio y el viento, la realidad bucólica que invita a soñar despierto, a través de los interminables pinares entre dunas y camarinas, donde las puestas de sol te envuelven con sus colores, para llevarte más allá de lo imaginable.
Si vienes a Doñana, se instalará en tu corazón un sentimiento de amor tan grande, que no podrás olvidar jamás,y en tus pupilas quedará para siempre el recuerdo que te unirá a esta tierra de contrastes, donde la naturaleza continua en estado puro».
Serían las ocho de la mañana cuando me subí al caballo en el Rocío, al llegar a la boca del lobo, mi memoria rebobinó al tiempo. Advertí a mis neuronas, y en mi cerebro comenzaron a entrar impulsos eléctricos por todos los sentidos.
La pupila me brindó en panorámica la inmensa llanura de almajo y castañuela, la luz del horizonte me ofreció el misterioso espejismo de mi adolescencia.
Me adentré marisma adentro y recibí el inconfundible olor de la tierra mojada, se despertó mi nostalgia y me lancé al galope a buscar mi niñez, para llenar los rincones desiertos de mi memoria vacía, por la ausencia de tres lustros sin verla. Cabalgué sin descanso a lomos de la inercia, y el aire marismeño me abrazó con ternura, el caballo se paró sudoroso y resopló, giró sobre sí mismo con una cabriola pinturera, invitándome a contemplar todas las pequeñas cosas que hacen tan grande y tan hermosa a la marisma.
El caballo chapoteó en el fango, y de nuevo me empapó el olor de la arcilla, mi corazón aumentó las pulsaciones, y la ansiedad me invitó a seguir marisma adentro mientras me preguntaba:
¿Quién soy yo sin ti?, ¿qué, sin tus recuerdos?. Yo, que soy barro de tu barro, agua de tu agua, modelado por tu arena y por tus vientos, jinete de la bruma que me confunde con el horizonte, que se esfuma y se diluye, que me aleja y me acerca llenándome de ti esta mañana, que me brindas tu energía, la que me transformará en árbol con cien ramas para acoger nidos, y dar cobijo a los ardeidos enfrentándome a los fríos y los vientos ,y si un día el rayo que viaja en la tormenta me quema las entrañas, regeneraré mi esqueje y en la arena, transformaré de nuevo esa energía.
Y si no puedo ser árbol, seré hierba, microbio, insecto, qué puede importarme si soy feliz esta mañana, me conformo con ser una simple hoja… para que el viento me mueva por…Doñana.
Por: A.F.Peláez